La propuesta.
Luz sobre su rostro que la hacía lucir más hermosa. Un atísbo de risa sobre sus labios. Aun más hermosa.Le sonrío de vuelta. Se sonroja y baja la mirada. ¿Podría ser más hermosa? Vamos, estamos hablando de ella, siempre podrá verse más hermosa. La quiero aquí conmigo, así, frágil y vulnerable. La quiero a mi lado. Ver su sonrisa todos los días. Esa hermosa sonrisa.
No podría estar sin ella, jamás.
Me he vuelto tan dependiente de su esencia, su aroma, de la textura suave de su piel, esas pequeñas arrugas al final de sus ojos que se forman cuando ríe.
Ojos, ¡ah! esos enormes ojos color café. Parecen un universo entero. Tantas emociones, tantos sentimientos. Puedo estar horas descifrando esos hermosos ojos. Ahora el marrón es mi color favorito, y también ese todo de rosa que se posa sobre sus mejillas cuando la hago sonrojar. ¡Y mira que está sonrojada ahora!
Se ve hermosa. Siempre se ve hermosa.
Sonrío, pensando en qué tonto me ha vuelto. Yo que iba de ser rudo y caí de inmediato en el hechizo de su belleza.
Me siento a su lado. La miro fijamente. Tomo sus manos entre las mías y las llevo a mi boca. Beso cada una de ellas. Bajo mis manos hasta que descansan sobre mis muslos.
No pierdo el contacto visual.
Le digo todo lo que se me ocurre. No he practicado mucho, no lo vi conveniente. Después de escuchar tantas tonterías de mi parte ella se ha hartado. Lo sé.
Se ríe. Esa risa hermosa que suena como un tintineo de campanillas. Tin tin tin. Así de suave es su risa. Mi risa favorita. Deshace mi agarre en una de sus manos y, aun sonriendo, posa el dedo indice suavemente sobre mis labios.
«Calla.» me dice.
Sí que debería hacerlo. Nunca tuve que haber hablado. Entristezco. Como pude haber estado tan ciego. Ella sólo ríe y niega con la cabeza. «No es lo que crees.» me dice. Nada es lo que creo. «Yo también estoy nerviosa.» Me sonríe, tan calidamente que por un momento mis recuerdos vuelven a mi infancia, mi madre, tardes en el columpio con ella. Sonrío. Eso es lo que ella causa en mí. «Claro que sí.» susurra. Me toma por sorpresa. «Sí quiero.» Y ya, no pienso en más nada. Esas se convierten en las palabras que han completado mi felicidad.
Me levanto de golpe. La abrazo con todo el cariño que soy capaz de transmitir. Sé que estaré con ella por el resto de mi vida, porque hasta en los momentos de discusión, ella me hace el hombre más feliz del mundo.
No podría estar sin ella, jamás.
Me he vuelto tan dependiente de su esencia, su aroma, de la textura suave de su piel, esas pequeñas arrugas al final de sus ojos que se forman cuando ríe.
Ojos, ¡ah! esos enormes ojos color café. Parecen un universo entero. Tantas emociones, tantos sentimientos. Puedo estar horas descifrando esos hermosos ojos. Ahora el marrón es mi color favorito, y también ese todo de rosa que se posa sobre sus mejillas cuando la hago sonrojar. ¡Y mira que está sonrojada ahora!
Se ve hermosa. Siempre se ve hermosa.
Sonrío, pensando en qué tonto me ha vuelto. Yo que iba de ser rudo y caí de inmediato en el hechizo de su belleza.
Me siento a su lado. La miro fijamente. Tomo sus manos entre las mías y las llevo a mi boca. Beso cada una de ellas. Bajo mis manos hasta que descansan sobre mis muslos.
No pierdo el contacto visual.
Le digo todo lo que se me ocurre. No he practicado mucho, no lo vi conveniente. Después de escuchar tantas tonterías de mi parte ella se ha hartado. Lo sé.
Se ríe. Esa risa hermosa que suena como un tintineo de campanillas. Tin tin tin. Así de suave es su risa. Mi risa favorita. Deshace mi agarre en una de sus manos y, aun sonriendo, posa el dedo indice suavemente sobre mis labios.
«Calla.» me dice.
Sí que debería hacerlo. Nunca tuve que haber hablado. Entristezco. Como pude haber estado tan ciego. Ella sólo ríe y niega con la cabeza. «No es lo que crees.» me dice. Nada es lo que creo. «Yo también estoy nerviosa.» Me sonríe, tan calidamente que por un momento mis recuerdos vuelven a mi infancia, mi madre, tardes en el columpio con ella. Sonrío. Eso es lo que ella causa en mí. «Claro que sí.» susurra. Me toma por sorpresa. «Sí quiero.» Y ya, no pienso en más nada. Esas se convierten en las palabras que han completado mi felicidad.
Me levanto de golpe. La abrazo con todo el cariño que soy capaz de transmitir. Sé que estaré con ella por el resto de mi vida, porque hasta en los momentos de discusión, ella me hace el hombre más feliz del mundo.
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